4 ESO C. L'infern de Mauthausen

 Marina A. ha escollit el projecte sobre el camp de concentració de Mauthausen-Gusen i ha escrit aquest desgarrador relat que ens posa al lloc d'una supervivent de l'Holocaust. Podeu llegir-lo ací:


LA HISTORIA NUNCA CONTADA DE LAS JUDÍAS

El olor era nauseabundo, todos los cuerpos agolpados a mi alrededor emitían un hedor repulsivo, el viento era gélido y había empezado a calar en nuestros desnutridos cuerpos. Tan solo se escuchaba la ardua respiración de las más ancianas, el llanto sordo de las jóvenes y el gimoteo suave de los más pequeños por el hambre y el frío.

Froté mis dos manos para buscar un poco de calor y me rodeé con los brazos. A mi alrededor con los ojos entrecerrados, y me fijé en los miles de rostros que me devolvían la mirada. Éramos más de mil mujeres, judías y no judías, niñas, madres, abuelas, militantes políticas, médicas, abogadas, solteras, casadas y lesbianas. 

Había más de una veintena de hombres controlando nuestros movimientos, llevábamos al menos veinte horas paradas en el mismo sitio soportando sus depravadas miradas. Algunas de nosotras descansaba sobre la nieve, en estado de hipotermia, otras ya habían fallecido y se congelaban inevitablemente en una esquina del recinto.

No sé lo que iba a suceder, me había dicho una chica que nos íbamos a enfrentar a la selektion. No me dijo nada más porque un guardia la vió susurrar en mi oreja, le estiró del pelo y le dio un culatazo con su escopeta. Serían las 12 del mediodía, cuando el murmullo empezó a provocar sollozos y eso hizo que levantase la cabeza y mirase a mi alrededor para hallar lo que había provocado este cambio. Un hombre ataviado con un plumas entró en mi campo de visión escoltado por tres hombres y sus dichosos perros, escuché el nombre de Dr. Josef Mengele a mis espaldas. El susodicho se posicionó delante de una rampa y un hombre que le sacaba al menos dos cabezas se situó a la derecha del doctor. El Dr. Josef Mengele comenzó a hablar en un perfecto y crudo Alemán, cuando finalizó su breve discurso, el hombre de su derecha comenzó a traducir sus palabras.

- Ahora formareis una fila en orden y os asignaré un lado, el derecho o izquierdo…

El llanto de las madres y sus niños fue en aumento haciendo que me fuera imposible escuchar las últimas palabras que el señor don estirado había dicho. Veía como estas se acercaban sus hijos al pecho y los estrechaban amorosamente. 

Escuché a una mujer implorar al oído a su hijo un perdón y la promesa de una vida mejor muy pronto. No sé cual de estos caminos nos llevaría a la vida y cual a una muerte inmediata. Las ancianas, las discapacitadas y las muy jóvenes serían enviadas a morir. Las jóvenes y las sanas, físicamente capacitadas, serían elegidas para trabajar si se necesitaba mano de obra. Pero las mujeres con hijos eran enviadas juntas a las cámaras de gas. Ellas no abandonarian a sus hijos, ¿Cómo podrían hacerlo?

Yo no tenía hijos por eso cuando fue mi turno, levanté la cabeza y miré desafiante al doctor…Me repugnaba completamente. No porque su mirada fuese lasciva, que no lo era, sino porque era avariciosa. Como si quisiera poseerme, pero solo porque ya había dado con la mejor forma de como usarme para servir a sus intereses. 

- Rechts - gritó y sonrió perversamente sin apartar la vista de mi
.
No había ninguna decisión que pudiese tomar para mejorar la situación; nada que consiguiera disminuir la gravedad del peligro. Solo me quedaba rezar para salir de allí con vida.

Me llevaron a una sala donde comenzaron a registrarme, me desnudaron y desgarraron la ropa de las mujeres que se negaban a hacerlo. Luego nos tendían en una mesa de metal, fría como el hielo, e inspeccionaron todos los orificios naturales de nuestro cuerpo, era una humillación absoluta. Además, fuimos golpeadas sistemáticamente para comprobar nuestra fortaleza física. Me tatuaron un número en la muñeca, el 10465, supongo que este número sería ahora mi nuevo nombre, pensé apunto de perder el control. De modo que al final hice lo único que podía hacer. Inspiré hondo y me rendí ante la falta de control. Dejé que me golpease el corazón como a un ser salvaje. Y me limité a dejar de pensar. Lo siguiente que hicieron fue rasurarme el cabello de todas las partes del cuerpo.

-Esto es lo peor que le puede pasar a una mujer - dijeron mis compañeras.- Nos han arrebatado aquello que nos distingue y nos hace una mujer. Es terrible. Es como si me hubieran quitado la piel, como si me hubieran volatilizado la personalidad.

Nosotras percibimos este acto como un episodio en el que no sólo habían sesgado nuestra individualidad sino que mutilaban nuestra feminidad. Yo lo que veía es a unas pobres mujeres sin cabello, con las orejas prominentes y los ojos hundidos y asustados. Miré a las demás mujeres que se encontraban a mi alrededor, llorando desconsoladas y tapando sus cuerpos, abrazándose a sí mismas con los brazos.

Solo podía ver adolescentes que nunca habían estado con un hombre así como mujeres casadas, criadas con una ética de humildad. Mi inspección terminó cuando nos empezaron a empujar, obligándonos a desfilar desnudas ante el personal del campo, que por lo que veía sentían un especial deleite ante nuestra vergüenza. El ruido era ensordecedor, y notaba el sabor metálico del miedo en la boca. Sentía la visceral necesidad de sobrevivir en mi interior, una desesperación que me arañaba por dentro. El no ser capaz de hacer nada al respecto hacía que me sintiera aún peor. Cuando acabó la humillación, nos hicieron pasar a una habitación con duchas de desinfección y después, mojadas y temblorosas, nos tiraron unos harapos. La ropa que nos daban seguramente había pertenecido a una prisionera muerta. Pero, no nos importaba si era grande o pequeña: es la única que teníamos. También nos dieron zapatos desparejados, uno de tacón y otro plano de hombre, y nos prohibieron intercambiarlos entre nosotras.

Una decisión nada casual, era intencionada, estaba tomada para privarnos no sólo de nuestras cosas sino también, y, sobre todo, de nuestra dignidad como personas. Así pues, nos hicieron salir al frío nocturno. Sin pelo, cubiertas de harapos, despojadas bruscamente de nuestra personalidad e identidad. Con el ayuno severo y el trabajo extenuante, en pocos días perdimos la forma de nuestros cuerpos y se nos retiró la menstruación. Era tremendamente doloroso…padecimos temblores y dolores muy agudos en los ovarios, teníamos calambres y lo peor es que dejamos de sentirnos mujer, nos vimos a nosotras mismas como ancianas, estériles y enfermas en un cuerpo que ya no reconocíamos. Nos estaban quitando nuestra condición como mujer. Muchas fuimos esterilizadas, forzadas a abortar. Las que estaban embarazadas veían cómo sus hijos morían de hambre nada más nacer; algunas los asfixiaban para evitarles el sufrimiento. Quienes tenían hijos menores de trece años, presenciaban cómo los llevaban a la cámara de gas.

Vivíamos hacinadas y sin nada más que los harapos que llevábamos puestos. Un pedazo de pan o una mondadura de patata eran un lujo. Algunas robábamos a las muertas. Algunas éramos marcadas como «NN», noche y niebla. Así señalaban a las mujeres susceptibles de desaparecer sin dejar rastro. Esas eran las favoritas para los experimentos de Mengele: mujeres a las que inoculaba el virus del tétanos o de la gangrena gaseosa directamente en los huesos, las que dejaban morir para observar la enfermedad; mujeres a las que quitaban músculos de las piernas o causaban grandes heridas que no curaban. Las que lograban sobrevivir quedaban mutiladas para siempre.

Si nosotras éramos prisioneras de segunda, las gitanas eran todavía inferiores en la jerarquía de los campos. Las hacían dormir a la intemperie, comían tierra y bebían el rocío que destilaba el alambre de las vallas. Para resguardarse del frío, los niños que seguían vivos se refugiaban entre los montones de cadáveres.

Nos pegaban todo el tiempo, todo el día, por nada. Era continuo, tanto que ya ni siquiera me dolía. Nuestro estatus en el escalafón más bajo nos convirtió a las mujeres, en el principal objetivo de la violencia sexual ejercida no sólo por los guardas de las SS sino también por los propios prisioneros judíos. La aceptación de los abusos sexuales constituían una garantía de supervivencia para las mujeres
judías más jóvenes. Las adolescentes podíamos obtener mayores garantías de acceder a comida, ropa u objetos de higiene con mayor facilidad que las demás mujeres a través de los favores sexuales con miembros de las SS o con prisioneros de alto rango. Una noche vi cómo se llevaban a una pobre cría de alrededor de trece años; la niña regresó a la barraca sangrando, con un pedazo de pan apretado en la mano y un secreto que nunca compartió.

Nos enteramos que las SS (seguridad nazi) comenzó a construir los "Sonderbauten"(prostíbulos) en casi todos los principales campos de concentración, incluidos Auschwitz, Monowitz, Buchenwald, Sachsenhausen, Dachau, y Mittelbau-Dora. Las SS empezó a reclutar a las mujeres a través de diversas
estrategias selectivas. En general, los oficiales se dirigieron a las prisioneras más jóvenes y sanas que trabajaban en los Kommandos o escuadrones de trabajo más duros como los dedicados a la construcción. Esta oferta se realizó especialmente a las jóvenes alemanas confinadas en los campos por conductas «asociales» entre las que se incluía la disidencia política, lesbianas y el haber ejercido la prostitución.

Un día, un guardia de las SS nos dijo que no fuéramos a trabajar. Los comandantes de los campos ordenaron alinear a todas las mujeres. Llegaron oficiales de la SS y comenzaron a mirarnos. Nos clasificaron por peso, altura y color de cabello; que hubiera variedad para satisfacer todos los gustos. Seleccionaron a las que ellos consideraban más apropiadas para los Sonderbauten y anotaron su número de identificación. Y entre las elegidas, fui seleccionada yo.

Yo, que me había visto obligada a renunciar y ocultar mi cuerpo, a ser descorporizada e invisibilizada, a ser una víctima silenciosas para no despertar la atención de los guardas de las SS. Las mujeres escogidas fuimos trasladadas a la enfermería del campo donde tuvimos que desnudarnos ante los guardianes y doctores de las SS. Tras unas semanas de cuarentena, fuimos vestidas con ropa limpia y trasladadas a Buchenwald.

Crearon un sistema de bonos ("Prämienverordnung") y fue creado a fin de alentar a los prisioneros a trabajar más duro. En este sistema, entre los distintos tipos de recompensas por trabajo, se les concedió el "privilegio" de visitar un burdel. Nos dijeron que si trabajábamos seis meses como prostitutas seríamos liberadas. Además durante ese tiempo recibiríamos ropa limpia, más comida, cigarrillos y productos de higiene. Cada noche teníamos que dejar que los hombres se pusieran encima de nosotras durante dos horas. Esto significaba que podían entrar en el barracón, estar con nosotras… Teníamos un baño con varios lavabos… nos lavábamos, entrabamos en la enfermería donde cada noche nos ponían una inyección y después entraba el primer prisionero, y luego el segundo y así… sin parar. Cada prisionero sólo podía estar un cuarto de hora. Así que, cada una de nosotras recibía por día entre diez y veinte hombres. Los guardianes de las SS nos vigilaban a través de pequeños agujeros en las puertas. Parece que la otra intención del prostíbulo era a que contribuyera a la desaparición de las relaciones homosexuales por parte de los hombres, algo penado por la legislación nazi. La homosexualidad misma podía ser motivo de internamiento en el campo, y a los reclusos arrestados por esta causa se les obligaba a llevar cosido un triángulo rosa a sus harapientos uniformes. Las lesbianas sin embargo no fueron catalogadas como homosexuales dentro del lager. “Eran vistas como asociales” pero sólo unas pocas fueron hechas prisioneras por su condición sexual. Muchas de nosotras creímos en la promesa de los seis meses, pero luego nos dimos cuenta de que todo era mentira. Después de ser utilizadas nos devolvieron desechas a Ravensbrück.

Regresamos con el cuerpo roto y los ojos apagados… Perdimos todo atisbo de esperanza. Nuestro mundo fue destruido y no teníamos voluntad para vivir. Tras el fin de la guerra muchas de nosotras encontramos muchas dificultades para rehacer una nueva vida porque el sentimiento de vergüenza por haber sido sometidas a actos de violencia sexual se incrementaba con la sensación de culpabilidad que
experimentábamos al recordar que en ocasiones aceptaron la violencia sobre su cuerpo para sobrevivir. Las consecuencias psicológicas de la violencia se agudizan además por el ostracismo social que experimentamos muchas al ser señaladas públicamente como «prostitutas de las SS», por la infertilidad que nos causaron las prácticas sexuales y médicas y por la interiorización de un dolor que muchas mujeres silenciamos durante toda nuestra vida.

-Soy Dana Levi, estuve en el campo de concentración de Mauthausen-Gusen y Ravensbrück, durante más de seis años. Te cuento esta historia porque como la mía hay más de mil mujeres con una parecida y otras que no lograron sobrevivir. Todas nos dejamos la piel por intentar salir de aquella infesta cárcel en la que fuimos confinadas y, muy especialmente, por hacer llegar al exterior información sobre lo que allí dentro ocurría.

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